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Los narcos detestan ir a la escuela, pero el imperio de la droga, hoy en día, necesita un verdadero ejército de profesionistas que les permita las magníficas operaciones financieras, diplomáticas y hasta políticas con que operan en el mundo. Quizá a los narcotraficantes a quienes no les gusta recibir la instrucción escolar son los que sirven de carne de cañón, los camellos o vendedores en baja escala o los delatores que prueban una sopa de su propio chocolate.


Es decir, los que van a engrosar la población de las cárceles o los que caen en el combate quizá se hayan privado de iniciar el viaje que permite el conocimiento; pues de los aproximadamente 500 mil empleados en el narcotráfico, que reporta un estudio de Viridiana Ríos y que fue publicado por la revista Este País, la mayoría no ha tenido una escolaridad mayor que la secundaria. Es verdad que para vender droga o tamales no es tan necesaria la trigonometría o los libros que dictó Homero. Aunque las ganancias y los riesgos sean totalmente dispares.
En uno de los párrafos del estudio se lee:

“Basta echar un vistazo al mercado laboral que el narcotraficante pudiera acceder para comprender un poco dicha aseveración. Los narcos son hombres jóvenes, con poca educación formal y provenientes de esferas económicas no muy privilegiadas. Con una edad promedio de 18 años y habiendo dejado la escuela cuando estaban en secundaria (Farilie 2002), el vendedor de droga prototípico tiene aspiraciones económicas altas que la legalidad no puede satisfacer.”


La autora resuelve que las personas con oportunidad de desarrollarse en los estudios superiores son menos propensos a delinquir porque han adquirido las herramientas y los conocimientos básicos para vivir dentro de lo establecido como legal. El problema que no aborda es que la mayoría de los egresados de licenciaturas, maestrías y doctorados no tienen la misma oportunidad de ganancias que un narcotraficante.

Si la cuestión es de escuelas, puede significar que la universidad quita lo atrevido, o bien, que los atrevidos escolarizados encuentran buenos trabajos como para desistir de dedicarse al narcotráfico. Escribe Viridiana Ríos:


“Los criminólogos han demostrado que los narcotraficantes poseen características sicológicas particulares que los hacen buenos para los negocios; por ejemplo, les gusta el riesgo, son calculadores en su toma de decisiones y les gusta emprender (Fields 1986). Curiosamente, al final del día, El Chapo Guzmán y Carlos Slim tienen varias cosas en común: ambos son hombres de negocios, ambos se encuentran a la cabeza de empresas altamente redituables y sobre todo, ambos valoran altamente la eficiencia, la independencia y la capacidad.”


Puede ser que el lector no acuerde del todo la selección que realizo del ensayo de Adriana Ríos y tilde como una exageración lo que escribe la autora o del que transcribe. Hasta el momento nos parecen ideas atrevidas, tanto como pretender que se gana el juego de los Pronósticos Deportivos. Pero acudamos a una de las conclusiones:


“Así, si alguna vez se ha preguntado de dónde salió tanto narcotraficante en México, la respuesta la encontrará en las características del mercado laboral mexicano y por supuesto, en las mismas preferencias de los individuos. Los trabajos que se ofrecen a las personas que tienen mayor propensión criminal son empleos mal pagados, inexistentes o de baja responsabilidad. Dichas oportunidades son desagradables para los candidatos. El capo, el zeta, y los líderes de cárteles no quieren ser empleados, quieren ser hombres de negocios y de hecho, poseen las características de las personas que triunfan en el autoempleo. Son ambiciosos, toman riesgos y disfrutan de la autonomía.”


En efecto, la candidata a doctora por la Universidad de Harvard tiene razón cuando apunta que el problema de reclutamiento en el narcotráfico no se debe únicamente a la falta de oportunidades de estudios sino a la ausencia de un soporte de una remuneración justa a cambio de la fuerza laboral. Los empleos a los que puede acceder un universitario bien formado, dentro de la escuela pública, no siempre serán los que tengan los sueldos más jugosos, aunque su vida transcurra lejos del peligro o la emoción que supone chambear de narco.


Pero si los narcotraficantes viven en peligro es parte de un riesgo laboral que aceptan. ¿Es posible compararlos con el que tiene la habilidad como alambrista? Cada vez que practica sus artes, el alambrista corre el riesgo de caer y lastimarse, con o sin red. Son trabajos con demasiada emoción de por medio y no requieren el tedio de años de estudio dentro de un aula.